Me gradué de Administración de Empresas. Esto me dio la oportunidad de trabajar por más de 25 años administrando negocios en diferentes industrias del sector privado y familiar. Mi trabajo me dio la oportunidad de relacionarme con poblaciones diversas. Gracias a estas experiencias, logré desarrollar eso que a muchos les falta: la capacidad de ponerme en el lugar del otro o, dicho en una sola palabra, sentir empatía por los demás. Ser empáticos nos lleva a reconocer las necesidades de otros y ponernos en su lugar. La empatía nos permite darnos cuenta de lo que otros seres humanos necesitan y nos mueve a hacer algo para ayudar. Así contribuimos a hacer realidad el cambio que otros necesitan. Por años he visto un sinnúmero de situaciones y atropellos en distintas circunstancias de mi vida; unos más terribles que otros, pero todos indignantes y conmovedores. Los más inaceptables para mí son aquellos que se cometen contra personas que no tienen cómo defenderse de quienes, por su ambición, les quitan lo poco que puedan tener; les roban la paz. Nunca he dejado de levantar mi voz contra el abuso. El deterioro social y gubernamental que arropa nuestro país también toca las puertas de nuestras comunidades de condominios y se extiende a nuestras vidas y al lugar más sagrado que puede tener todo ser humano: su hogar. Comunidades en las cuales hay personas que se hunden en la desesperanza de tener que callar para evitar ser blanco de ataques personalistas y acoso. Las más afectadas y vulnerables, las personas de la tercera edad, personas discapacitadas, mujeres solas y con niños. El miedo y la falta de conocimiento acerca de sus derechos son su peor enemigo. Esta realidad me tocó de cerca con mi madre. Fue entonces que pude sentir de primera mano los abusos que se cometían en su comunidad contra las personas de la tercera edad. Víctimas de la mentira, la manipulación, la soledad y el oportunismo de administradores, miembros de juntas y abogados que abusan de su poder y hacen lo que les da la gana con su dinero y su comunidad. En medio de la situación vivida, tenía dos opciones: mirar para otro lado o educarme para combatir el abuso. Aunque más compleja, opté por la segunda. La primera me hubiera convertido en cómplice y parte del problema. Eso es lo que la mayoría de la gente hace: mirar hacia el lado y dejar que otros decidan, aunque eso implique convertirse en víctimas del abuso y del oportunismo. Por los pasados tres años me he dado a la tarea de educarme acerca del tema de las comunidades de condominios. En mi búsqueda de información, descubrí que lo que sucedía en el condominio de mi madre se repetía en muchas otras comunidades de vivienda multifamiliares. Me di cuenta de que es prácticamente un patrón que se ha establecido porque por muchos años la situación no ha sido atendida. La apatía ha permitido el “secuestro” de muchos condominios por parte de los mismos personajes que se mueven como una comparsa de un lugar a otro, juntos, al ritmo del oportunismo y la ignorancia de los espectadores. Yo puse manos a la obra por el bien de mi madre y de otros que lamentablemente no tienen quien los pueda defender. Y aquí estoy, desde este espacio, compartiendo lo que aprendí y las experiencias que otros han compartido conmigo en un intento de que nadie más sea víctima. No hay arma más poderosa que el estudio. Nadie nos puede arrebatar el conocimiento adquirido ni el poder que adquirimos una vez conocemos y aprendemos algo. Te invito a ser parte de esta experiencia de vida y a sacar de ella lo mejor para beneficio tuyo como ciudadano y como titular de condominio.